EL RUDO

EL RUDO


El rudo te fue mostrando sus cicatrices, se levantó la camisa y tus ojos descubrieron unas cicatrices de algunos años atrás. Esta, te dijo fue cuando unos pinches policías de la Federal me agarraron, al principio me les puse perro, les gritaba madre y media hasta que uno que usaba unos lentes negros comenzó a darme golpes por todos lados, mi estate quieto. Yo no soporté y le coloque un golpe en la quijada y él furioso, como perro con rabia me enterró un cuchillo en el brazo , lo enterró como diez centímetros hasta tocar el hueso. Después ya entrados en confianza te mostró una rasgadura en la barriga, la cicatriz cruzaba la panza enorme del rudo, parecía un gusano ciempiés.

El rudo te dijo que su jefe era el rey de la fayuca, el de cómo lo mataron. Llegaron unos pinches batos y sin más trámite le dieron en la suya. Sólo 8 tiritos, uno le entró por la yugular, el otro le traspasó el cráneo que dolor.

Aquí en la Morelos todos somos unos hijos de nuestra pinche madre, los muertos recientes, los del audi, son por líos de calzones de mujeres, lo del narcotráfico son puros inventos, pero la raza no se deja y cada uno hace su propia ley. Esto decía el rudo que a la postre debía tener unos sesenta años, llevaba un bastón grueso forrado de negro, rengueaba, y su mirada mostraba un resentimiento hacia todos los valedores. Le preguntaste que de qué servían todos esos actos de fuerza, cual era el objetivo de vivir en ese inframundo de rencores, de balas de plomo, armas largas, dosis de enervantes, violencia extrema. Es que la vida es así dijo el rudo. Su mirar era como lejano, sus ojos de viejo lisiado eran sumamente rencorosos ni brillo mostraban, sólo maldad absoluta. Para qué rudo, para qué seguir en el tugurio, en las cloacas, en los sitios de mala muerte, en los más sórdidos barrios de la ciudad. El rudo de quién no supiste su nombre, te miró rudo, y dejó entrever una pequeña lagrimita en el ojo izquierdo.

Material de archivo de Alfredo Arrieta Ortega,
16 de mayo de 2005
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