LA EMILIANO




LA EMILIANO

Ya me había encontrado en ese lugar sólo que fue hace más de treinta años. Allí puse mis pies flacos y fue esa tarde de 1967, en que mi mamá me llevó casi a la fuerza. Se formó junto a otras mamás de esos rumbos extraños. Después nos dividieron a posibles alunmos y madres. A mí me tocó quedar en la primera fila donde se formaban los que tuvieran apellidos que comenzaran con la letra A . Debo decir que la mayoría de los chiquillos eran morenos con marcados rasgos indígenas. Así que yo sobresalía de entre todos ellos.
Me tocó mi turno y una maestra procedió a pedirme unos papeles de inscripción. Tales como el acta de nacimiento, fotografías recientes, allí sobresalía esta que te muestro, en donde por esos años tenía la cara llena de pecas.

Una ocasión cuando mi mamá vendía comida a los albañiles que se estaban encargando de construir Lomas de Plateros, en Mixcoac Distrito Federal, ibamos Fernando y yo con unas charolas al hombro tratando de vender unas ricas tortas que Micaela preparaba, las hacía de jamón coon chorizo, de pierna y huevo, de salchicha que eran por cierto las preferidas de los macuarros.

Fernando subió por una viga que hacía las veces de escalera y al llamarme me gritaba: Apúrate pecas, yo era el pecas . Al pasar en ese instante un trabajador paró a mi hermano y le dijo que no me insultara que por qué me llamaba puercas. Fernando se rió y le corrigió: Este le decimos pecas, pecas. Ah¡ pecas, yo entendí puerca...

La maestra me miró y me preguntó que cuál era el oficio de mi papá a lo que respondí que él era abogado en derecho. No había treminado de decirlo cuando todos los formados se sonrieron. Los papás de ellos eran rateros, albañiles, plomeros ropavejeros, soldadores, sirvientes.

Allí en la Emiliano tuve un amigo que se llamaba Marcos, era igual que yo flaquito, y muy pálido, él debió morir desde hace mucho porque siempre tenía cara de muerto.

Pero como te digo ahora que han pasado más de seis lustros me encuentro en el mismo lugar que tuvo la Emiliano.
Pasé anoche por el sueño de las cuatro y media, caminaba como siempre he caminado, cuando en esa esquina vi el edificio de columnas verdes mar, de donde sobresalía imponente la fotografía del caudillo del sur, los pizarrones con mis incipientes oraciones: “Creo en Dios padre todopoderoso creador del cielo y de la tierra” “ Pepe pide la pelota, Lupe se la pasa, la pelota salta alto, la pelota es de todos” “ Se levanta en el mástil mi bandera como un sol entre céfiros y trinos”, etc .

Los muchachos me vieron pasar, yo estaba entre ellos, como te dije escribiendo, con mis pantalones cortos, y mi copete de pelón pelonete. Me ví pasar pero no me reconocí, yo estaba pecoso enclenque, mión y temeroso. El hombre que soy ahora no tiene nada que ver con aquél niño del 67. que comía jícamas con chile y tostadas con crema y con ningunas ganas de conocerse a futuro.

También la maestra de ese entonces me vió pasar, y a decir verdad no me acuerdo de ella. Llevaba un vestido igual de verde, un pelo de estambre con unas trenzas amarillas, medias de colores, parecía una payasa de feria. Sus mejillas las completaba con una chapas rosas. Y sus zapatos de clown.

Los alcancé a saludar , levanté la mano para decirles que estaba contento con haber sido su compañero. Ellos levantaron sus manitas y también estaban contentos.
Después me acerqué a ellos para ofrecerles unos chiclosos que se llamaban toficos, les dije que los comieran y les entregué boletos para que fueran a Estrellas infantiles y que además Genaro Moreno les cantaría la canción del vagabundo...

Se acercaron a las columas de la Emiliano, sus caras sobresalían por entre el cemento. Los pude ver muertos . Después todos juntos vimos un autobús destrozado. Quedó como un muégano. Nos vimos muertos.

Esos tiempos que jamás volverán solo permanecen en los recuerdos, o en aquella fotografía que nadie tomó hasta ahora. O esa escena de cine en donde miro a Micaela, hacer lo posible para comprate el traje de graduación. Y me da abono tras abono para que al término Juan Cruz, el maestro me entregara el trajecito gris Oxford. Me veo gastándome los abonos, compró paletas, dulces, tortas con crema, alquilo bicicletas, me gastó todo, es que yo quería saber que se siente ser rico, y gastarme doscientos pesos de esos años en verdad era una inmensa fortuna. Y como no hay plazo que no se cumpla ni deuda que no se pagué, Micaela me llevó hasta la Emiliano, esa las de las paredes verde mar, con todo y su manguera de castigo . Le exigió a Juan Cruz le entrega del traje o la devolución de su dinero. El maestro Cruz, me miró, me dije trágame tierra. Sacó unas llaves de su saco, abrió un cajón de su escritorio, buscó en una bolsa de plástico, y contó y contó , hasta acompletar mil pesos. Se los dio a mi mamá. Ella los recibió molesta, salimos a la calle y yo respiré aliviado. Nunca le dí las gracias por ese acto de generosidad.

Desperté a las seis, caminé sonámbulo el gato con su fino oído, comenzó a maullar...


Material de arcivo de Alfredo Arrieta Ortega.
Original de Alfredo Arrieta Ortega.
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alfredoarrieta@terra.com.mx
México.

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